En ocho días, Cáceres muestra al mundo su particular forma de escribir el evangelio, de mostrarnos cada detalle, cada sonido, cada olor, cada sentimiento entre saetas, bandas de cornetas y tambores, incienso y cera, el repicar de la horquilla, el rachear costalero y de la cadena penitente, formas todas ellas de penitencia.
Son más de cuarenta los pasos con los que mostramos nuestra particular visión de la Pasión, y con los que disfrutamos del sol de la mañana primaveral, así como del frío de la madrugada abrileña.
Nuestra Semana Santa, está hecha por cacereños, sí, por cacereños, aunque algunos de ellos sus obligaciones laborales les hayan obligado a marcharse fuera de nuestras fronteras, pero su cuna no la olvidan, esa cuna de la ciudad que les vio nacer, donde dieron sus primeros pasos, donde vistieron la primera túnica, y donde muy seguramente, serán amortajados el día que el Padre les demande su presencia.
Sí, amigos sí, todo esto porque Cáceres, una vez que Baltasar se pierda por las Cuatro Esquinas el 5 de enero, empezará a pensar al ritmo de horquillas, con el llamador en las manos, y bajo los sones de cornetas y tambores, porque amigos, un año más, en ese momento, comenzará la inexorable cuenta atrás hacia nuestra Semana Santa.