Ella es la única que conoce de mis sinsabores.
Ella es la única que sabe de mis alegrías,
Ella, sabe de mis sentimientos,
sabe qué hilo mover, para que en cada momento, mi vida sea lo mejor.
Solamente Ella lo sabe,
puesto que Ella es la que me ha parido,
Ella es la que me ha llevado en su vientre,
y Ella es la que me ha enseñado y me ha educado.
Estas palabras son las que debía pensar María en el momento que iba su Hijo al patíbulo del Calvario, moribundo, escarnecido, y sin fuerzas para mucho más. Y eso es lo que piensan, o al menos, sienten los hijos por sus madres.
Los cofrades, no somos menos, y por Ella, por María sentimos eso. Y todo esto viene a colación, porque recuerdo hace algún tiempo, era muy pequeño, una lúgubre tarde de Cuaresma en la que nos juntábamos varios chavales a jugar a las canicas en el jardín del Hotel Extremadura, junto a la piscina -qué recuerdos aquellos, en aquel jardín al que se accedía por la calle General Yagüe-, algunos de ellos eran cofrades, compartíamos puestos por aquellos entonces las filas de hermanos infantiles en la Cofradía del Cristo de las Batallas.
Las madres de este grupo de chiquillos pertenecían al grupo de damas de la Hermandad (-las damas son las mujeres encargadas de cuidar el ajuar y vestimenta de las imágenes marianas de esta Corporación encabezadas por una Madrina, que es la máxima responsable de todo este patrimonio-), y recuerdo que siempre, llegada la Cuaresma, se juntaban para sacar y orear las sayas, manguitos y pecherines de la Dolorosa del Lunes Santo. Eran encuentros de Hermandad, en los que los recuerdos del año anterior estaban vigentes. Lo más curioso, y es quizás lo más curioso, es que en aquella época poco se hablaba de la lluvia, del mal tiempo, cosa que ahora mismo es un debate incesante.
Volviendo al tema, llegada la Semana Santa, como hoy, era el momento de vestir adecuadamente a la Dolorosa para la procesión, para que saliera a la calle. Recuerdo que nunca podía entrar a ver tal labor, por en respeto a la condición femenina de María. Es una de las cosas que tengo grabadas a fuego en mi memoria, que aún hoy la conservo, y que respeto. Evidentemente, son los momentos más íntimos de una hermandad, y de más respeto, porque además, lo mismo que se dice de que Juan Martínez Montañés hablaba con sus imágenes, la dama, en estos instantes, La tiene tan cerca, que puede ver toda su grandeza a un palmo, conversar con ella y presentarle sus inquietudes y desasosiegos. Y una vez vestida, luciendo con todo su esplendor, se puede comprobar su grandeza a un palmo de la vista.
La verdad, quiero pensar que en el resto de Hermandades de nuestra ciudad se hacen las cosas así. Ella, se lo merece.
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